El totalitarismo clásico de los Gulags soviéticos o los campos de concentración nazis sigue hoy vigente en algunas partes del mundo como China, Cuba o Coreo del Norte, principalmente, pero emerge de forma silenciosa otro tipo de totalitarismo que el autor lo ha bautizado como «blando».
Este totalitarismo blando no tortura al disidente, ni lo recluye en Siberia o Auschwitz, ni lo asesina. Es más sutil. Todo aquel que se muestre discrepante con las consignas del Poder se le cancela, se le invisibiliza, se le ridiculiza y se busca destruir su reputación por medio de las consabidas etiquetas (machista, racista, homófobo…), o se le expulsa de su empleo o cargo público. En definitiva, se le da muerte civil.
Esa ideología oficial se extiende por la sociedad, como si fuera una tela de araña, y todo lo impregna. Desde la escuela o la Universidad, pasando por los medios de comunicación, las plataformas de las Big Tech; el cine o las leyes ideológicas…
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