Fue a través de una vía un tanto tortuosa como la sorpresa, captada en un parque de Oviedo y causada por el humilde franciscano de comienzos del siglo XIII, Fray Pedro ‘El compadre’, llevó al autor a repensar su vida de gestor de la I + D sobrepuesta a la, para él esencial, de profesor e investigador. Como consecuencia y entrado ya en la senectud, nació un libro que cree deberse a sí mismo y a otros. Además y como el significado que siempre otorgó a su vida le enlaza con antiguos pensadores franciscanos cuyas ideas influyeron su pensamiento, no sería insensato pensar que el libro nació, realmente, de un bucle intelectual alrededor de Francisco de Asís.
Surgió así y casi por azar una autobiografía en la que, marginando su vida privada y en diálogo con Fray Pedro, repiensa su formación, algunas de las cosas que peor hizo, otras de las que no debería quejarse y gente que conoció. Presenta sus maestros, trata de la amistad y, cómo no, del tema que ha sido central en sus investigaciones sobre el razonamiento con términos imprecisos, el ‘cálculo con significados’ y mostrando, a la vez, su alejamiento de la ‘Lógica’ con el intento, aún primerizo e insuficiente, de acercarse a una ciencia experimental y teórica, una ‘física’, del lenguaje y el razonamiento.
Si el título, Una vida heterogénea, refleja de qué se pretende hablar, el antetítulo, Fray Pedro o la dudosa memoria enmarca lo que, si edad y salud se lo permiten, será una trilogía suscitada a lo largo de la escritura de este primer libro y mientras crecía su gusto por dialogar con Fray Pedro. Un nuevo y virtual amigo que le ayuda, según cree, a considerar los claroscuros entre los que camina y los cambios de agujas que, con alguna frecuencia, le desvían de rutas inicialmente emprendidas. Todo ello sin siquiera alimentar la sospecha de que conversar con alguien fallecido en 1214 implique, necesariamente, un trastorno psicológico.
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